Thursday, May 23, 2019

Historia del Revisionismo - José María Rosa

Historia del Revisionismo - José María Rosa
y otros ensayos
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http://www.libreria-argentina.com/libros/jose-maria-rosa-historia-del-revisionismo-y-otros-ensayos.html
978-987-9355-72-5
100 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm. 
Ediciones Sieghels
2019, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado

El dominio extranjero penetró sutilmente, y antes de llegar al campo material se había apoderado del espiritual. Las cosas concretas – patria, pueblo, justicia – se expresaban en sus mentes atiborradas de retórica por generosas abstracciones: Libertad, Humanidad, Civilización.
El progreso nos había librado de la tiranía, una sombra tan oscura que hasta se prohibió hablar de ella. No se podía clavar la mirada en este oscuro pasado porque allí estaba Rosas.
Y la época de Rosas era un problema muy serio. En ella surgía, sin tergiversaciones posibles, un pueblo imponiéndose a una oligarquía, una nacionalidad enfrentando y dominando las fuerzas poderosas de ultramar, un jefe de extraordinarias condiciones políticas e invulnerable honradez administrativa. No se podía tergiversar la historia de los tiempos de Rosas porque había cosas que no admitían tergiversación: no se podía negar la unidad nacional del Pacto Federal, la constitución de la Confederación Argentina, el entusiasmo y participación populares y sobre todo la defensa de la soberanía contra Inglaterra y Francia; no se podían separar tampoco los “ejércitos libertadores” ni las “asociaciones de Mayo” de esas agresiones extranjeras y sus fondos de reptiles, ni ocultar al cañón de Obligado, ni a la victoria definitiva de los tratados de Southern y Lepredour. Ni el hecho de que Rosas fuese vencido por Brasil al adquirirle el general (y con el general el ejército) encargado de llevar en 1851 la guerra al Imperio enemigo. No. A la época de Rosas no se podía estudiarla. Era necesario negarla en bloque; condenarla sin juicio previo: tiranía y nada más.
El problema se presentó a los legisladores porteños en 1858 al dictar la ley que declaraba a Rosas reo de lesa Patria. No lo hicieron porque así lo sintieran. Lo hicieron con la esperanza de que un fallo solemne impidiera una posterior investigación de carácter histórico por el argumento curial de la cosa juzgada. Lo dijo el diputado Emilio Agrelo. (“No podemos dejar el juicio de Rosas a la historia ¿qué dirán las generaciones venideras cuando sepan que el almirante Brown lo sirvió? ¿que el general San Martín le hizo donación de su espada? ¿qué grandes y poderosas naciones se inclinaron ante su voluntad? No, señores diputados. Debemos condenar a Rosas, y condenarlo con términos tales que nadie quiera intentar mañana su defensa”). Absurdo, pero así fue.
El Catecismo de la Nueva Argentina presentaba un gran demonio rojo – Rosas – perseguido sin tregua por unos ángeles celestes. Finalmente, el Bien se imponía sobre el Mal como debe ocurrir en todos los relatos morales.
Hasta que dos admiradores del Bien oficial, Saldías y Quesada, hasta entonces liberales unitarios sólo porque les inculcaron que ese era el bando de los buenos, quisieron hacer historia con las virtudes que se entiende son de hombres de Bien: honestidad, búsqueda de la verdad, constatación de los datos, probar con documentación lo que se sostiene. La capacidad intelectual y la valentía de estos hombres estaban muy por encima de sus contemporáneos, por lo que no pudieron dejar de ser honestos con los “malos” y decir la verdad de sus investigaciones. Los historiadores que vinieron después se dieron cuenta que la historia la cuentan los vencedores y que por lo tanto la historia de los vencidos escondía otra verdad, otra forma de entender nuestro destino.
En 1922 Carlos Ibarguren quiso escribir Juan Manuel de Rosas, su historia, su vida, su drama. Es cierto que llamaba “tirano” a Rosas y aceptaba como oro de buena ley muchas cosas de la historia falsificada, pero en los actos se trasuntaba la grandeza del Restaurador que defendía a capa y espada a la Argentina, un honor, una valentía, una dignidad que en sus enemigos brillaba por su ausencia, había un aliento de patria.
Cada vez más historiadores se sintieron atraídos y comenzaron la lucha por la verdad histórica.
Nacía el “revisionismo histórico”, el movimiento intelectual más auténtico, de mayor trascendencia – y el único de resonancia popular – habido en la Argentina. Su propósito ya no era, solamente, reivindicar la persona y el gobierno de Rosas en un debate académico ya ganado de antemano. Era reivindicar a la patria y al pueblo – la “tierra y los hombres” – recobrando la auténtica historia de los argentinos. A la falseada noción del pasado, que nos había convertido y mantenido en un estado de colonia espiritual y material, se opondría la verdad de una tradición heroica y criollísima para que la Argentina se recuperase como nación. De paso derrumbaría con indignada iconoclastia a los “próceres” de la antipatria que llevaron al coloniaje. Era combativo y apasionado, con pasión de patria.
Llevado a su lógica consecuencia, se transformó en el repudio del liberalismo. Primero una labor investigadora para reconstruir los hechos históricos conforme al más severo método crítico. Y luego una tarea de interpretación, juzgando esos hechos, no desde la libertad, las instituciones, la humanidad ni las conveniencias de ésta o aquella ideología -como quería Mitre –, sino desde la Argentina como nación – una Argentina como parte de la hermandad hispanoamericana – y desde los argentinos como integrantes de una nación.
Como germen de la Argentina soberana de mañana, el revisionismo ganó fácil y triunfalmente a las capas sociales inferiores: les trajo la conciencia de nacionalidad donde patria y pueblo eran una sola y misma cosa: el culto de los auténticos héroes de un pasado escondido por la oligarquía, y la certeza de que el pueblo es el autor principal de una verdadera nación.

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